Decimosexto domingo Tiempo Ordinario B
Antífona de entrada
Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno (Sal 53,6. 8).
A pesar de las persecuciones de sus enemigos, David, a quien se atribuye el salmo, no dudó de la bondad de Dios para con él: “el Señor sostiene mi vida”. Como respuesta a su ayuda, le ofrece un sacrificio de acción de gracias. Nosotros, sostenidos también por el amor de Dios, celebramos la Acción de Gracias por antonomasia, en la que nos unimos a Jesucristo en su ofrenda sacrificial al Padre.
Oración colecta
Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo
Deseamos y suplicamos a Dios que se nos muestre cercano y nos conceda, no por nuestros méritos, sino por su compasión, una fe grande, una esperanza fuerte y una caridad operativa. La posesión y vivencia de estas virtudes teologales hará que no nos cansemos en el cumplimiento de los mandatos del Señor. De las mismas surgirán espontáneamente las buenas obras para con Dios, para con nosotros y para con nuestros hermanos. En ellas radica el secreto de la santidad, a la que todos estamos llamados: los santos no son superhéroes, sino pobres vasijas de barro repletas de Dios.
Lectura del libro de Jeremías - 23,1-6
¡Ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño! –oráculo del Señor–. Por tanto, esto dice el Señor, Dios de Israel a los pastores que pastorean a mi pueblo: «Vosotros dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas. Así que voy a pediros cuentas por la maldad de vuestras acciones –oráculo del Señor–. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las apacienten, y ya no temerán ni se espantarán. Ninguna se perderá –oráculo del Señor–». Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que daré a David un vástago legítimo: reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y le pondrán este nombre: «El-Señor-nuestra-justicia».
Un grito profundo de queja sale del corazón del Señor por la boca del profeta: los pastores de mi pueblo, sus dirigentes políticos y religiosos, han cometido una grave irresponsabilidad, pues han abandonado a mis ovejas, permitiendo que se dispersen y se pierdan por lugares alejados y peligrosos.
Los pastores y sus rebaños formaban parte del paisaje, no sólo en las dehesas de Israel, sino de todo el Oriente Medio. La metáfora del pastor, aplicada a los reyes, es muy frecuente en la denuncia profética e, igual que había buenos y malos pastores, existían también buenos y malos dirigentes políticos y religiosos. Los profetas, en este caso Jeremías, se hacen eco de la preocupación de Dios por su rebaño, por su querido pueblo Israel: “Vosotros dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas”. Ante la situación de desconcierto de un pueblo por culpa de sus malos dirigentes, el Señor no tiene más remedio que aplicar la vara de la justicia -deben pagar por el mal que han hecho- y responsabilizarse en persona para que las ovejas vuelvan al redil, de donde no tenían que haber salido. “Las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen” y, una vez en casa, “les pondré pastores que las apacienten y ya no temerán ni se espantarán”. Aunque el Señor es el único pastor de su pueblo, se sirve de personas responsables que realicen esta tarea en su nombre. Cristo es ese buen Pastor que da su vida por sus ovejas, que las reúne en un único rebaño, que va en busca de la oveja perdida y, cuando la encuentra, la sube sobre sus hombros y la lleva al redil. Cristo quiere que todos nosotros ejerzamos su tarea de pastor. Por eso llama a sus apóstoles y nos llama a cada uno de nosotros para que asumamos la responsabilidad de nuestros hermanos, entregando, como Él, nuestra vida por ellos, para que fomentemos la conciliación en el mundo, para que, haciendo nuestros los problemas y necesidades de los más desprotegidos, colaboremos en la construcción de una humanidad más justa.
En los últimos compases de la lectura el profeta abandona la metáfora del Pastor y se centra en la promesa hecha a David. El profeta no oculta su emoción ante el futuro prometedor que se avecina: “Mirad que llegan días...”.El Señor le abre los ojos ante este futuro y ve a un Rey de paz, salido de la descendencia de David, “un monarca prudente, con justicia y derecho, en la tierra”, que salvará definitivamente a Israel. El profeta da a este rey el nombre “el Señor-nuestra-justicia”.
Este rey justo y prudente no es otro que Cristo, el heredero por excelencia de David. Cristo es ese Rey que, como buen Pastor, mantendrá unido a su pueblo - a toda la humanidad- y lo guiará hacia los pastos de la justicia y de la verdad. Esta fue la respuesta de Jesús a Pilato que le pregunta si era rey: “¿Tú lo dices, yo soy rey, yo para esto nací y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad” (Jn 18, 37). ¡Y de qué manera tan impresionante -y tan fuera de nuestra lógica- dio este testimonio! Jesús cumplió a la perfección el destino del Buen Pastor, que da la vida por las ovejas. Muriendo por nosotros en la Cruz, testifica ante el mundo la única verdad que salva: “Dios es amor”.
Salmo responsorial – 22
El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. (1)
Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. (2)
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.(3)
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término. (4)
De dos imágenes se sirve el salmista para contar su experiencia de Dios: la del Pastor y la del dueño de familia que acoge en su tienda a un hombre perseguido, imágenes bastante alejadas de nuestra cultura occidental, pero muy corrientes y familiares en la Palestina bíblica.
La figura del pastor forma parte de la experiencia de los seres humanos que, al tener que domesticar animales, han estrechado con ellos lazos -si se puede decir- de familiaridad. Es el caso de las ovejas. El pastor conoce a cada una por su nombre y las ovejas conocen la voz y el olor del pastor. Así es la experiencia que el orante tiene con Dios: entre ambos se teje una relación de afecto, de confianza y de seguridad: ¿Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía santa Teresa.
Un rebaño que camina por lugares castigados por el sol encuentra hierba tierna y agua fresca. Es una fiesta. La sola vista de una pradera, después de un árido y polvoriento camino, invita al descanso. El gozo entra por los ojos y por la piel cuando, en pleno desierto, se oye el correr del agua que brota de un manantial. Las ovejas recobran el aliento y encuentran fuerzas para seguir caminando. No saben a dónde van, pero confían en su pastor. No les preocupa que pasen por “valles tenebrosos y por cañadas oscuras”; nada temen, pues en esos momentos sienten con más fuerza la presencia cercana del pastor. En el corazón del salmo se escucha el grito gozoso del salmista, hablando directamente a su Dios: “Porque Tú vas conmigo”. Tú lo eres todo para mí. Tú eres mi agua, mi hierba y mi camino. Siempre Tú. En medio de la oscuridad, aunque no te veo, siento el golpe ligero de tu cayado cuando me desvío; y cuando me retraso, y casi me pierdo, oigo el golpe rítmico de tu vara sobre las piedras; y eso me calma.
(Segunda parte del salmo)
Un hombre perseguido por sus enemigos pisándole los talones. No tiene ningún futuro, salvo que alguien le ofrezca hospitalidad. Pero lo que debería haber terminado en tragedia se convierte en una fiesta gracias a que alguien le abre su tienda y lo acoge como si fuese de la familia. Desenrolla unas pieles a la entrada de su tienda y sobre ellas coloca la comida. Lo unge con aceite, enriquecido con esencias perfumadas, le cura sus heridas y le ofrece una copa rebosante de vino de su propia cosecha. Todo es derroche y abundancia. Los lazos se han hecho tan profundos, que cuando se acerca la hora de partir para volver a su hogar, el anfitrión le ofrece su amor y su bondad con el deseo de que lo acompañen en su regreso. Y no para un día ni para dos, sino para toda la vida, hasta que llegue a la casa del Señor, su verdadera morada. En ella “se enjugarán todas las lágrimas de todos los rostros y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor” (Ap 21, 3ss).
(Un resumen libre del salmo 22 del libro Orar con los salmos)
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios - 2,13-18
Hermanos: Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos estáis cerca por la sangre de Cristo. Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear, de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en él, a la hostilidad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu.
En la lectura del pasado domingo, San Pablo hacía una distinción entre dos clases de cristianos: los provenientes del pueblo elegido -entre ellos se incluía a sí mismo- y los de origen pagano. Los primeros han conocido a Cristo, el Mesías esperado, en continuidad con la fe que ya profesaban; los segundos, que no conocían las promesas hechas a Israel, han llegado a este conocimiento, al escuchar la verdad del Evangelio y creer en ella.
Las relaciones entre unos y otros no eran -lo sabemos por los Hechos de los Apóstoles- muy concordes con el espíritu evangélico, particularmente en la comunidad cristiana de Éfeso. Entre ellos pervivía la antigua enemistad entre judíos y paganos, visibilizada en el muro que prohibía la entrada a los gentiles en la parte sagrada del templo de Jerusalén.
En los dos versículos inmediatamente anteriores a esta lectura, San Pablo recuerda a los cristianos oriundos del mundo gentil la desgraciada situación en la que se encontraban antes de haber recibido la fe de Cristo: esclavos de los vaivenes de los sentidos y apegados a las vanas realidades terrenales, vivían en un mundo sin Dios y con un futuro sin esperanza. “Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos estáis cerca por la sangre de Cristo”.
Esta cercanía a Dios, operada por la muerte de Cristo, cercanía común a cristianos de origen judío y a cristianos de origen pagano, ha destruido el odio entre los unos y los otros: “Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad”.
La abolición de la ley y sus preceptos, llevada a cabo por la muerte de Cristo, ha hecho posible la creación de una nueva humanidad en la que sólo existe la ley del amor. No se trata -para matizar- de que Cristo haya abolido la ley eterna dictada por Dios: ello estaría en flagrante contradicción con aquella manifestación de Cristo en el sermón de la montaña: “Yo no he venido a abolir la ley, sino a darle su pleno cumplimiento” (Mt 5,17). San Pablo se está refiriendo al sin fin de preceptos y costumbres humanas que se fueron adhiriendo a la ley mosaica y que hacían prácticamente imposible el cumplimiento de la voluntad de Dios. Ese cúmulo de preceptos humanos desaparece tanto para el judío como para el pagano, quedando para ambos la Ley del amor, del amor a Dios y del amor al prójimo. “Quien ama ha cumplido la ley” (Rm 13,8).
“Reconcilió con Dios a los dos”, a los dos pueblos y, en consecuencia, nos reconcilió a unos con otros. El amor a Dios que hizo posible Cristo en la Cruz nos impele al amor a nuestros hermanos, sean del origen que sea: “Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de él” (1Jn 5,1).
De esta forma puede San Pablo proclamar que Cristo, al ponernos en paz con Dios, es el que vino a anunciarnos la paz a los unos y a los otros, a los que estaban próximos y a los que estábamos lejos: Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu.
Aclamación al Evangelio
Aleluya, aleluya, aleluya. Mis ovejas escuchan mi voz – dice el Señor–, y yo las conozco, y ellas me siguen.
Lectura del santo evangelio según san Marcos - 6,30-34
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
El domingo pasado habíamos dejado a los discípulos que acababan de concluir el encargo de predicar de dos en dos. Mientras se realiza esta incursión en la predicación del Reino de Dios por parte de los discípulos, San Marcos se entretiene en contarnos lo referente a los últimos días de San Juan Bautista, incluyendo el relato de su ejecución (16 versículos). Después continúa relatando los hechos que sucedieron al regreso de los discípulos de su primer encargo apostólico. Aquí comienza la lectura de hoy.
Un tanto fatigados, los discípulos necesitan un descanso en un lugar apartado de la gente. Por eso, después de oírles todo “lo que habían hecho y enseñado” durante su primera incursión apostólica, Jesús les invita a tomar un descanso: “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”. Unas horas de reposo en la compañía de Jesús no es para despreciarlo. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os aliviaré” (Mt 38,11), dijo Jesús a sus oyentes en otra ocasión. El descanso junto al Padre -las largas noches de oración en el monte- era algo habitual en el maestro: “Con frecuencia Él se retiraba a lugares solitarios y oraba” (Mc 5,16). Si los días anteriores hizo Jesús a los discípulos partícipes de su misión apostólica, ahora quiere que participen también de sus momentos de oración. En la oración verán la importancia de la intimidad con el Padre, totalmente necesaria para su vida personal de relación con Dios y para su tarea de llevar a los hombres la Buena Nueva del Evangelio.
Se montaron, pues, en una barca con la idea de asentarse por unas horas en un lugar apartado de la multitud. Pero la gente que antes había estado con Él, al darse cuenta de que en la barca iba Jesús con sus discípulos, marcharon andando, siguiendo la dirección de la barca, hasta el lugar elegido por Jesús. Al llegar al lugar previsto, lo estaban esperando muchas personas venidas de otros pueblos y aldeas de Galilea y de otros lugares.
La lectura termina con esta frase: “Al desembarcar Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor”. San Marcos no nos cuenta la famosa parábola del Buen Pastor, pero, al decirnos que Jesús “se compadeció de la multitud porque andaban como ovejas sin pastor”, está gritando, como Jeremías en la primera lectura, contra los malos pastores -los malos dirigentes- que abandonan a su aire al pueblo sencillo, y se está viendo a sí mismo como el Pastor que se ocupa de sus ovejas, no sólo para proporcionarles el pasto de la Palabra de Dios con el que alimentar su vida espiritual -“y se puso a enseñarles muchas cosas”- sino también el sustento material, al que Jesús era especialmente sensible: “Tengo compasión de esta gente porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer” (Mc 8, 2), dice a sus discípulos en otra ocasión.
Oración sobre las ofrendas
Oh, Dios, que has llevado a la perfección del sacrificio único los diferentes sacrificios de la ley antigua, recibe la ofrenda de tus fieles siervos y santifica estos dones como bendijiste los de Abel, para que la oblación que ofrece cada uno de nosotros en alabanza de tu gloria, beneficie a la salvación de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
En el sacrificio la cruz Cristo lleva a la perfección todos los sacrificios de la Antigua Alianza y todas las ofrendas que nosotros podamos hacer a Dios. Las dones principales que en este momento de la misa ofrecemos al Padre son el pan y el vino, que van a ser consagrados y convertidos en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Juntamente con ellos, ofrecemos a Dios nuestra propia vida, representada en nuestras aportaciones particulares, espirituales y materiales. Deseamos que nuestras ofrendas sean bendecidas y santificadas por Dios para nuestra santificación y la santificación de los demás.
Antífona de comunión
Mira, estoy a la puerta y llamo, dice el Señor. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (Ap 3,20).
¿Abrimos al Señor la puerta de nuestro corazón o dejamos que pasen los días y las noches solo, en el umbral de nuestra casa, sin querer saber nada de él?
“¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, / pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, / si de mi ingratitud el hielo frío / secó las llagas de tus plantas puras!” (Lope de Vega)
Oración después de la comunión
Asiste, Señor, a tu pueblo y haz que pasemos del antiguo pecado a la vida nueva los que hemos sido alimentados con los sacramentos del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
“.., despojaos del viejo hombre… … y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad verdadera” (Efesios 4, 22-24). El paso de nuestra vida de pecado a la vida de hijos de Dios es la continua tarea del cristiano que debe estar siempre en proceso de conversión. Es para la realización de esta tarea por lo que pedimos que Dios ayude a los que acaban de recibir el Pan Eucarístico.