Domingo 20 Tiempo Ordinario B
Antífona de entrada
Fíjate, oh, Dios, escudo nuestro; mira el rostro de tu Ungido, porque vale más un día en tus atrios que mil en mi casa (Sal 83,10-11).
Al comenzar la celebración nos ponemos en la presencia del Señor, nuestro defensor -“escudo nuestro”-, que está siempre dispuesto a protegernos en cualquier situación que pueda poner en peligro nuestra unión con Él. A este Dios que, en otras ocasiones lo llama roca, fortaleza, fuerza, implora el salmista para que auxilie a su Ungido, el rey de Israel. En Él vemos nosotros al Ungido definitivo y Rey del mundo, a Cristo.
En Dios encuentra el salmista la seguridad y la paz. Ello hace que suspire por estar cerca de él: “Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa”. A este deseo nos unimos también nosotros: que el Señor ilumine nuestra inteligencia y reafirme nuestros sentimientos para poder valorar y sentir la sublime maravilla de estar en su presencia. Aprovechemos esta celebración para actualizar estas actitudes
Oración colecta
Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.
Reconocemos la infinita generosidad de Dios con los que le aman y le pedimos que nos haga partícipes de la humanidad -“ternura”- de su amor. Que el Espíritu Santo infunda constantemente este amor en nuestros corazones para que seamos capaces de amarle a Él en todas las cosas y sobre todas las cosas. De esta forma lograremos un día enriquecernos con los bienes prometidos, que superan en altura y excelencia a todo lo que nosotros podríamos desear.
Lectura del libro de los Proverbios 9,1-6
La sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columnas; ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y ha preparado la mesa. Ha enviado a sus criados a anunciar en los puntos que dominan la ciudad: «Vengan aquí los inexpertos»; y a los faltos de juicio les dice: «Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia».
Desde que el mundo es mundo, los seres humanos han acumulado reflexiones, máximas y proverbios que constituyen lo que se ha llamado siempre “sabiduría popular”. Al mismo tiempo, todas estas reflexiones las han hecho suyas los filósofos de todas las culturas, dejándonos un acervo cultural de las mismas más elaborado. El marco cultural bíblico se hizo eco de estas sabias meditaciones universales en el libro de los Proverbios, que data de finales del siglo V a.C., del Eclesiástico (180 a.C) y la Sabiduría, escrito en Alejandría aproximadamente 50 años antes del nacimiento de Cristo. Las sentencias de estos escritos sagrados, aunque comparten bastantes rasgos con los de la sabiduría filosófica y religiosa de culturas ajenas al mundo de la Biblia, poseen un acento los hacen especialmente singulares, como es que la verdadera sabiduría es aquélla que nos ofrece Dios.
Así lo vemos en el relato del Génesis sobre el primer pecado. A Adán y Eva les estaba prohibido comer del árbol del conocimiento del bien (felicidad) y del mal (desgracia), es decir, de construir una sabiduría desde ellos mismos, para, sometiéndose a Dios, dejarse guiar por la sabiduría que sólo procede de Él, de la cual proviene la realización de todos los deseos que Dios ha puesto en el corazón humano. El libro de los Proverbios, del que está extraído esta lectura, recoge esta tradición cuando nos dice que “la sabiduría es árbol de vida para los que la buscan y se agarran a ella” (Pr 3,18).
Dios al elegir a Israel como su pueblo y al hacer una alianza con él, le ha ha hecho depositario ante el mundo de la auténtica sabiduría que para él es el motivo más grande de orgullo. “Que no se alabe el sabio por su sabiduría, ni el valiente por su valentía, ni el rico por su riqueza; sino en tener seso y en conocerme, porque yo soy Yahveh, que hago merced, derecho y justicia sobre la tierra y en ello me complazco” (Jer 9 22-23). Y es que la sabiduría es tan buena y tan preciosa, que ha construido una casa, ha sacrificado a sus corderos y ha preparado un vino para invitar desde lo alto de la montaña sagrada a un festín suculento: “Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia”.
El fragmento sagrado que acabamos de oír nos recuerda a la parábola de los invitados a las bodas con las que Jesús intentó instruir a sus oyentes sobre el Reino de los cielos. Al hacer caso omiso de la invitación los primeros, el padre del hijo casadero mandó a sus criados a traer a su fiesta a todos los que encontrasen en las calles, en las plazas y en las encrucijadas de los caminos.
La invitación en el texto de hoy se dirige a todos los hombres, principalmente a los ignorantes y carentes de sabia experiencia de la vida: “Venganaquí los inexpertos los faltos de juicio (…): «Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia”.
Encontramos aquí el tema bíblico de los dos caminos, muy explícito en el libro del Deuteronomio “Si sigues mis caminos y guardas mis mandamientos, te bendeciré en la tierra en la que vas a entrar; pero, si tu corazón se desvía y te postras ante otros dioses, perecerás sin remedio. Hoy pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge la vida para que vivas tú y tu descendencia” (Deut 30,16-19).
Salmo responsorial, 33
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren (1)
Todos sus santos, temed al Señor, porque nada les falta a los que lo temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada (2)
Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? (3)
Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella (4)
La vida del salmista no tiene sentido si toda ella no se desarrolla en una continua bendición y alabanza a su Hacedor: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca”. Y ésta es también la razón de ser de la vida de todo creyente y de todo hombre de buena voluntad que, si es sincero consigo mismo, sabe que su existencia es un don recibido del Creador. Esta certeza, sobre todo si se trata de un creyente, le lleva a sentirse orgulloso, no de sí mismo, sino del Señor, que se ocupa de él y de todos los que lo escuchan. Hasta el rey Nabucodosor, después de haber sufrido los castigos del Señor por causa de sus maldades, reconoce al verdadero Dios y prorrumpe reconociendo su bondad: "Yo, Nabucodonosor, alabo y engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos, justos, y él puede humillar a los que se muestran soberbios (Da 4:37).
En la segunda estrofa el salmista levanta la conciencia de todos los que intentan ser fieles al Señor para que le “teman”, para que lo tomen totalmente en serio. Tomar en serio al Señor es reconocer su poder y, sobre todo, su misericordia y amor, que son las bondades en las que este poder se manifiesta en los que le son fieles: “Nada les falta a los que lo temen”. Lo apreciamos en el versículo siguiente, en el que el Señor se ocupa de los pobres para no les falte de nada, al mismo tiempo que se maestra lejano de los que viven al margen de su benevolencia. Una de estos pobres fue María, que, enriquecida con el Don de Dios por excelencia, canta de esta forma la bondad del Señor:“Mi alma engrandece al Señor … porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava …porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso … porque dispersó a los soberbios, derribando a los potentados de sus tronos, y ensalzó a los humildes, porque colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos sin nada” (Lc 1, 46.48-49. 51-53)
“Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor”
¿Quién pronuncia estas palabras? ¿No está pensando el salmista en la Sabiduría de la que hablaba la primera lectura? ¿No es la misma la que allí nos invita a comer su pan y a beber su vino, a abandonar la inexperiencia y a seguir el camino de la sensatez? Esta sabiduría es para nosotros Jesús, la Palabra que, desde el principio, estaba en Dios y era Dios (Jn 1,1), y quien dijo de sí mismo ser el Camino, la Verdad y la Vida, los tres regalos que el Padre nos dio al entregarnos a su Hijo Amado. Como camino, Jesús nos muestra la senda que nos conduce a la verdadera felicidad, a la meta de ser nosotros mismos; como verdad, Jesús nos aparta de la mentira de este mundo pecador y testimonia ante los hombre la verdad del amor de Dios; como Vida, Jesús se entrega a nosotros como alimento que nos hace crecer en la vida misma de Dios, siendo una sola cosa con Él y, como Él, testigos en el mundo del amor de Dios a toda la humanidad.
“¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?”. (tercera estrofa). A esta pregunta responde el mismo Cristo, cuando dice a sus oyentes, y también a nosotros: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 28-29).
En la cuarta estrofa, el salmista, haciéndose portador de la Sabiduría, nos advierte de los peligros a que estamos sometidos en esta vida, marcada por el pecado, y, positivamente, nos aconseja lo que debemos hacer. Una vez más aparecen aquí las dos vías entre las que debemos elegir: el camino que conduce a la perdición y la senda que nos lleva directamente a la felicidad. Estos dos caminos se nos presentan continuamente y, continuamente, tenemos que elegir entre uno u otro, entre la mentira y la falsedad que se manifiestan en nuestro hablar, en nuestro pensar y en nuestro sentir, y entre la búsqueda urgente de la paz y el bien.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5,15-20z
Hermanos: Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Pablo continúa dando recomendaciones a los cristianos de Éfeso. En la lectura de hoy les advierte 1) “que no sean insensatos, sino sensatos”; 2) “que aprovechen la ocasión de los días adversos que se avecinan”; 3) “que no se dejen llevar por el vino, sino por el Espíritu Santo; 4) “que en todo momento den gracias a Dios Padre por Jesucristo”.
1) Se retoma aquí de nuevo el tema bíblico de los dos camino, desarrollado más ampliamente en el comentario a la primera lectura. San Pablo nos recomienda que no nos conduzcamos según la sabiduría de este mundo -“no seáis insensatos”, sino según la sabiduría que procede de Dios, de acuerdo con la vocación a la que hemos sido llamados, por la cual estamos destinados a ser hijos de Dios y, en consecuencia, a llevar una vida desde el amor, en el amor y para el amor.
2) Insta San Pablo a continuación a aprovechar y sacar partido de las circunstancias temporales que toca vivir, intentando en todo momento comprender la voluntad de Dios. Es lo mismo que aconseja en la Carta a los Romanos: “no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,2).
3)Nos advierte seguidamente que que no busquemos la alegría y la felicidad en las cosas que sólo sirven para encontrar placer, por ejemplo en la embriaguez y en la adicción al alcohol, un consejo tan antiguo como la humanidad, pues ello conduce directamente al “libertinaje”, al desorden y al abandono de nuestra personalidad. De esta forma se expresa el libro de los Proverbios, al referirse a esta adicción: “No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece en la copa; entra suavemente, pero al final como serpiente muerde, y como víbora pica. Tus ojos verán cosas extrañas, y tu corazón proferirá perversidades” ( Pr 23, 31-33). En contrapartida, nos anima a sacar nuestra alegría de la presencia del Espíritu Santo en nuestro interior. Desconfiemos, por tanto, -nos viene a decir San Pablo- de las alegrías superficiales y pasajeras y busquemos aquélla que nos hace realmente felices y nos lleva a la meta de ser nosotros mismos, la alegría que sólo Dios puede darnos.
4) Esta alegría la manifestamos recitando y entonando salmos, himnos y cánticos de alabanza en honor a Dios, al que debemos dar gracias por todo y en todo momento. El motivo de esta acción de gracias, al que, de alguna manera, están obligados todos los hombres de buena voluntad, es para el cristiano el don principal que el Padre nos ha concedido, don que no es otro que su amado Hijo Jesucristo. San Pablo no se cansaba de hacer esta recomendación a los creyentes. Como ejemplo basta la que dirige a los cristianos de Colosas: “Todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3,17).
Aclamación al Evangelio
Aleluya, aleluya, aleluya. El que come mi carne y bebe mi sangre –dice el Señor– habita en mí y yo en él.
Lectura delsanto evangelio según san Juan 6,51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esta lectura evangélica forma parte del discurso sobre el pan de vida: “Yo soy el pan de vida. Quien venga a mí no tendrá más hambre y quien crea en mí no tendrá más sed”. Una pretensión por parte de Jesús que escandaliza a cualquiera, pues se está identificando con la misma Palabra de Dios, esto es, con el alimento espiritual que desciende del cielo: “Yo soy el pan vivo que desciende del cielo”. La reacción de los oyentes es perfectamente lógica: ¿Cómo puede este hombre, cuyos padres conocemos, ser la misma Palabra de Dios? Es la cuestión de fondo de todo el misterio cristiano: ¿Puede este judío de Nazaret ser el mismo Dios?
El día anterior a este discurso había tenido lugar el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Es muy probable que el evangelista haya pretendido poner en relación el pan material con el pan espiritual para hacernos saber que es este último el verdadero alimento que proporciona la verdadera vida al hombre, la vida eterna: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Una vez terminado el discurso, muchos de sus discípulos dejaron de seguirle por parecerles inaceptables el contenido y las palabras del mismo. A partir de este momento, el acompañamiento habitual de Jesús quedó reducido al mínimo (quizá sólo a los doce). Ante esta desbandada, dijo Jesús a los que siguieron a su lado: “¿También vosotros queréis marcharos?”. La reacción de Pedro la hemos oído o leído muchas veces: “Señor, Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,67-68). Se trata de la fe: unas palabras humanamente incomprensibles que, sin embargo, nos hacen vivir de verdad.
Como la de San Pedro, nuestra actitud debe ser seguir a Jesús, escuchando y aceptando sus palabras, pues sólo ellas nos ponen en el recto camino, nutren nuestra ansia de verdad y nos introducen en la misma vida de Dios. Es lo que vemos meditando en las afirmaciones fundamentales de este fragmento.
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”. La palabra que predomina en todo este pasaje es la palabra “vida”. La vida, toda vida, proviene de Dios, que nos ha creado y nos mantiene en la existencia. En el desierto, un lugar improductivo e inhóspito, los hebreos pudieron subsistir gracias al maná que el Señor les enviaba diariamente. Jesús se muestra aquí como alimento, pero no como el maná, que les mantenía en la existencia sólo por un tiempo. El pan que nos da Jesús, pan que es Él mismo, nos hace vivir para siempre, pues, al comerlo, participamos de su misma vida, de la vida que Él comparte con el Padre desde toda la eternidad, de la vida misma de Dios.“Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios”: son palabras de San Agustín que expresan todo el deseo de Dios de comunicarse al ser humano hasta introducirlo en su misma vida, en lo más profundo de su intimidad.
Oración sobre las ofrendas
Acepta, Señor, nuestras ofrendas en las que vas a realizar un admirable intercambio, para que, al ofrecerte lo que tú nos diste, merezcamos recibirte a ti mismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
En esta parte de la misa nos centramos en lo que se va a realizar sobre el altar: las ofrendas que hemos recibido de Dios, el pan y el vino, se van a convertir, en el momento de la Consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pedimos al Padre que prepare nuestro corazón para recibirle, que purifique nuestro entendimiento y que infunda en nosotros un sincero y fuerte deseo de estar con él.
Antífona de comunión
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este pan vivirá para siempre (cf. Jn 6,51).
Estas El discurso del Pan de Vida, del que forman parte estas, es un excelente lugar bíblico para aprender a gustar de los bienes y gozos que tendremos en el cielo. La Eucaristía es el anticipo de la comunión de amor que un día se nos revelará plenamente y del que disfrutaremos en lo más hondo de nuestro ser..
Oración después de la comunión
Después de haber participado de Cristo por estos sacramentos, imploramos humildemente tu misericordia, Señor, para que, configurados en la tierra a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos».
Por el alimento de este sacramento hemos participado del ser de Cristo, haciéndonos una sola cosa con él. Pedimos al Señor, con la humildad de la que, como seres necesitados, debemos revestirnos, que los que por el bautismo hemos sido configurados con la imagen de Cristo aquí en la tierra merezcamos participar plenamente en el cielo de su gloria de resucitado.